viernes, 26 de junio de 2009

Michael Jackson: un réquiem por Peter Pan


Ayer, 25 de junio de 2009, murió Michael Jackson, como consecuencia de un infarto cardíaco. Hace ya mucho tiempo que no sacaba una canción que me gustara, ni me gustaba su figura, relacionada de inmediato a la pedofilia y a la inseguridad, a la reclusión y a las nefastas consecuencias que en alguien pueden tener la búsqueda por igual de la belleza y la inmortalidad. Michael Jackson de un tiempo para acá se había convertido en un monstruo, en el amplísimo sentido de la palabra; por eso decidí congelarlo en los ochenta, cuando era un niño ingenuo y sufrido, víctima de su padre y del público y del mercado implacable del pop, en donde supo ser el rey inamovible. Decidí dejar a Michael Jackson como un jovencito negro de voz afeminada que poseía y posee aún el talento de hacer bailar al más amargado. Hecha esta salvedad, no puede pasar el tiempo sin que se haga un homenaje a una figura que, para bien o mal, marcó la vida de mi generación y la de muchas otras con ejemplos brillantes de lo que es el pop cuando se hace bien. Ya llegarán los especiales de E! Entertainment Television, ya llegarán los documentales de VH1, los mini especiales de todos los canales de cable, del más blanco al más amarillo y las repeticiones incesantes de todos sus videos, comentados por todas las insípidas estrellas del pop actual. Ya llegarán los homenajes pomposos, pero yo entrego a su majestad este pequeño artículo.

Sobre él se cernió la sombra de la sospecha y se elaboraron juicios muy amargos sobre todo cuanto hacía. Siempre he admirado la capacidad de algunas figuras para hacer lo que se les da la gana, como David Bowie, Miguel Bosé o George Michael, pero este caso era diferente, porque todas sus acciones parecían desprenderse de un desatino supremo, de un miedo voraz y siempre creciente. Michael Jackson temía como pocos el paso del tiempo, y construyó una tierra para él solo, que llamó Neverland, para hacer de su persona y de su vida un monumento a la figura de Peter Pan, el niño que nunca creció. Por eso, en el día de su muerte, cuando rondaba los 50 años, no sé qué pensar. Se trata de una edad muy temprana para que un hombre muera, pero no necesariamente para Michael Jackson, un niño eterno que hoy abandona el mundo de los vivos, dejados atrás los años de su gloria brillantísima y viejo de alma, con los ojos del mundo entero mirándolo para condenarlo, idos ya hace tiempo su inocencia y su belleza; es posible que el rey del pop haya muerto muy tarde, pero así son las cosas.

Las canciones memorables de Michael Jackson serán bailadas por siempre, de eso no hay duda. Harán mil covers buenos y malos, pero ninguno de ellos igualará la frescura de las originales, no importa qué voz maravillosa las cante, porque se trata de las canciones hechas por una persona como ninguna otra, nacida entre nosotros para llevar el pop en la sangre, toda la cadencia de la industria musical concentrada en una sola persona. Así que hay mucho que agradecerle ahora que el trono está desierto y Madonna se pasea sola por los jardines del éxito, agradeciendo el buen hado que la ha conducido a ser una figura sobre la que no recae tanto peso como sobre su compañero de reinado, que fue también el rey de los niños incomprendidos y hoy nos deja con este sabor agridulce en la boca. Hasta aquí este merecido homenaje, que he decidido cerrar con la clásica frase que se le daba como despedida a los reyes de Francia: Le roi est mort, vive le roi!

Santiago Rivas

lunes, 15 de junio de 2009

Nueva música colombiana


Existen países privilegiados, como Argentina, Brasil o México, que tienen un acervo musical en constante renovación, estudiosos de las músicas populares tanto de su tierra como de las otras y siempre dispuestos a acoger nuevos sonidos en la ecuación, y hay países como Colombia, que habiendo tenido y teniendo figuras brillantes de la música como Alejo Durán, Lucho Bermúdez, Sofronín Martínez, Petrona Martínez, Totó la Momposina, Matilde Díaz, Lisandro Mesa, Los Gaiteros de San Jacinto o Joe Arroyo, ahora se ven condenados al tropipop, a Fanny Lu y a Naty Botero, o a los vallenatos aguados de la nueva generación; países en los que todavía se piensa que Juanes toca rock y las nuevas bandas no encuentran casi espacios para darse a conocer porque sus miembros, a su vez, conocen a poca gente.

Al comienzo la música fusión colombiana se vio tropezando con algunos excesos de jazz apenas predecibles pero demasiado arrogantes, o con la fórmula siempre fácil de ensalzar la pobreza como una virtud cool, a falta de verdaderas denuncias o por lo menos de un conocimiento real del problema: “en Chocó no hay cableado, pero hay buena energía”. O teníamos a los amigos del tropipop, que es como el hijo belfo y enfermizo de la decimosexta generación de una familia aristocrática europea. En resumen, de nuestras fusiones solía resultar salsa rosada, agua tibia y salpimienta. O Cabas, que tiene todo eso y más en su afro cachacaribe.

Pero hechas las críticas, vengan las loas. Desde hace ya un tiempo se viene formando una nueva escena por la cual algunos estábamos rogando a los insondables designios de quien quiera que esté al mando y creo que nos la merecíamos finalmente. Seguramente se trata de propuestas y grupos que ya tienen unos años, músicos comprometidos que desde hace rato le estaban trabajando a lo que ahora se oye, gente que pertenecía a otros grupos o gente que por fin conoció a la gente indicada, pero el momento es muy afortunado para la música colombiana. Por un lado están volviendo todos los aires de la riquísima tradición musical de nuestro país y la gente está volviendo a oír a los maestros de siempre, como Lucho Bermúdez, Pacho Galán, los Gaiteros de San Jacinto, etc. y por el otro lado se están haciendo fusiones mucho más honestas, que rescatan de verdad el espíritu raizal de la música, fusiones hechas por oídos que no solamente oyen, también celebran; oídos que bailan. Salieron del closet por fin muchos que antes solamente oían rock, pop y electrónica y todo parece indicar que la cosa seguirá mejorando entre el porro, la cumbia, la guabina, el bambuco y los cantos tradicionales de las negritudes en nuestras dos costas, por decir lo menos.

Esta ola de nuevas propuestas no solamente es un movimiento al interior de la música, o por lo menos no repercute solamente en lo que se denomina “la escena”. Dice mucho de nuestras posibilidades como país el hecho de estar nuevamente oyendo eso que teníamos tan olvidado, escuchando eso que viene desde las entrañas de nuestra cultura, de los pueblos y los barrios bajos, porque Colombia nuevamente es un país que oye y oír es importante para entender las dimensiones de nuestra realidad y nuestra cultura. Pero en estos momentos de infausta oscuridad política es más importante que Colombia se convierta en un país que habla. Una propuesta nueva a cualquier nivel es una propuesta nueva en todos los niveles, y hecha con calidad, tanto mejor. Colombia, aunque muchos no se den cuenta, parece estar dando sus primeros pasos de bebé en la dirección correcta. Esperemos que nuestros amigos del estilo, el glamour y lo políticamente correcto no corten esta avanzada en pro de la pluralidad y, sobre todo, de la sabrosura, que tanta falta nos estaba haciendo.

Por último, solamente me queda nombrar tantas bandas como alcance a recordar, para que quien no las ha oído las oiga y quien ya los oyó se consiga sus discos: Velandia y la Tigra, la BambaraBanda, ChocQuibTown (a pesar de incurrir en ese vicio terrible que mencioné arriba sobre Chocó y la pobreza), Bomba Estéreo, el Systema Solar, Tumbacatre, Macondo, Lavanda Sonora, La 33, Toño Barrio y SolOkarina son algunas de las propuestas que por fin nos permiten decir que existe una música colombiana. Falta, claro, y seguramente falta mucho, pero este abrebocas de lo que ha de venir es un alegre comienzo. Les dejo un montón de videos, disfruten.

Santiago Rivas














miércoles, 10 de junio de 2009

El "Indie" parte II: Cartografía del independentismo


Antes de arrancar hay una aclaración pertinente para hacer, y es decir una vez más que los grupos que inicialmente fueron denominados indie fueron los grupos que firmaban con disqueras independientes, pero que este mapa que pienso hacer es el de eso que la gente entiende como el sonido indie. He decidido tratar el tema como si el indie fuera un país con 4 fronteras, para tratar de hacerme más fácil este trance cartográfico (imagen 1). A saber:

Por un lado, el indie es vecino del brit pop. No solamente por sonido, también por la historia (el Brit pop como lo conocemos nació en las islas británicas, y también el indie, que es en realidad una respuesta en estrategias de mercado a lo mainstream dentro de las estrategias del mercado discográfico británico). Así, de paso es vecino de nuestros compatriotas de The hall effect y The mills, que esperan ansiosamente un guiño de su Graciosa Majestad Isabel II para irse a vivir a orillas del Támesis. En cuestiones de sonido todas las facetas de uno se encuentran reflejados en una faceta del otro. De esa manera, si Blur fuera menos pop podría alcanzar estados de indie y si Coldplay fuera menos aburrido posiblemente sería indie también.


Por otro lado, el indie colinda con el folk. Con la ola de artistas que nos llegaron de afuera revivimos también el sonido de personas que no habían (o han) muerto literal ni musicalmente, refiriéndome con eso a Leonard Cohen o incluso a Johnny Cash, que alcanzó a darle a esta tendencia un empujón de su parte antes de morir, haciendo un disco de covers maravillosos, que bien podrían pasar por indie, si bien los covers hechos por artistas de este género suelen ser tristones y limpios de sonido, sin muchos arreglos electrónicos, como pasa con los excelentes covers que Ben Gibbard (la cabeza detrás de Death cab for cutie y The Postal Service en la imagen 3) suele hacer; no sé si exista un disco con grabaciones hechas en estudio, pero recomiendo conseguirse las grabaciones de la emisora KCRW. Gracias al regusto vintage que tiene el género que hoy nos ocupa, rescatamos de plano a gente como Chris Isaac, o Edwin Collins. El mayor beneficiado con los productos de esta región del indie fue José González, que desde Suecia, e inspirado en parte por Silvio Rodríguez (este dato se lo debo a Javier Beltrán), logró una serie de covers tristes a morir, muy buenos y algunas canciones realmente buenas dentro de toda su producción. No se niega que es un músico talentoso, pero al cabo de un tiempo se puede volver aburrido, o forzadamente triste. Para estos casos siempre es mejor recurrir al verdadero folk, como Andrew Bird, Mica P. Hinson o Iron and Wine (imagen 2), que son dos cantantes excepcionales y una excelente banda. Si no les llega a gustar, Leonard Cohen viene haciendo maravillas desde el sesentaypico. Sin ir más lejos, por esta frontera se puede llegar incluso a grupos como Beirut, que ya es de otra nación, pero que nace en parte (a oído) del indie y el folk más puros.

La tercera frontera es aquella que colinda con el sonido que comprende géneros como el New new wave, el nuevo punk rock y el sonido de Nueva York, una amplia frontera que va por todo el atlántico, desde los Strokes, Metric, The Kills (Imagen 4) y The bravery hasta los Kaiser Chiefs, incluso hasta The Sounds, en las frías tierras de Suecia. Este tipo de música sonó como nunca en las fiestas New Wave que si no estoy mal introdujo Champi (la cabeza detrás de Verde 3) en Bogotá y que todavía existen por ahí. En los bares en donde se hacían se fueron transformando las fiestas de New wave y post punk en ochentenas (unidas estas a las fiestas ochentenas ya existentes), porque la gente tiende a pensar ahora que Samantha Fox y The Cure pertenecen al mismo género, el género de los Ochenta.


La cuarta frontera colinda con la tierra de las mujeres. Ahora más que nunca existen voces femeninas suficientes para crear un género nuevo, todas ellas herederas de Tori Amos, Fiona Apple, Björk, PJ Harvey y Sinead O’Connor, por mencionar algunas. Todas ellas cantan suavecito y tocan guitarra, o piano. Tal vez la voz femenina más ruda de entre las cantantes que rondan los aires indie sea la de Amanda Palmer, vocalista del dúo The Dresden Dolls. Podemos encontrarnos directo con Regina Spektor, una rusa residente en Estados Unidos de una claridad impresionante tanto en su composición como en su interpretación, que pasa de lo naive a lo dramático en dos segundos y a quien comparan – muy a su pesar - con Fiona Apple. Podemos encontrar también a Cat Power con su música famélica (imagen 5), a Feist, que es una de mis favoritas por lo sincero de su voz, que a veces parece que se va a quedar sin potencia, o podemos encontrar a Kate Nash, Laura Veirs, Zooie Deschanel, a la cantante de Rilo Kiley, Russian Red o a Jaymay y así y así, a una infinidad de intérpretes, entre las cuales incluso se encuentra Lucrecia, nuestra cuota nacional con su The Sound of Lucrecia, que ya suena – y espero que triunfe – extramuros, en países que entiendan mejor de estas cuestiones.


Para finalizar este artículo, que espero hayan disfrutado, debo declarar que el sonido indie como tal no existe, lo que existe es una serie de grupos (momento de más recomendaciones) como Tokyo Police Club (imagen 6), Foals, Cold War Kids, Black Heart Procession, The National y Menomena (imagen 7), todos ellos dueños de sonidos únicos, genuinos y originales que de ser clasificados en algún género, sería en éste. El indie se convirtió en un cliché de nuestra vida musical y muy pocas veces se entiende en realidad de qué se trata, pero pasadas esas barreras inocuas del lenguaje y los moldes que creamos para contenerlo, podemos encontrar grandes propuestas sonoras que algún día desistiremos de agrupar bajo categorías que lo que normalmente causan es confusión. Por otro lado, ¿Qué mejor que lograr que todas las nuevas propuestas que valen la pena en nuestra escena musical, o la del mundo entero lleguen algún día a funcionar como independientes y sobrevivan en el intento? El mercado es un ente que se inventa todos los días y siempre necesitamos propuestas nuevas.

Santiago Rivas

jueves, 4 de junio de 2009

El "Indie" parte I: La búsqueda


He decidido acometer por mi cuenta una empresa que ahora, ad portas de empezarla me parece imposible. Intentaré a continuación hacer un mapa de ese género amplísimo que conocemos como indie; antes de que este ritmo muera, o mejor dicho, antes de que los que fueron sus entusiastas seguidores se aburran y vayan en busca de nuevos revivals, me parece pertinente analizar este fenómeno que está involucrado con muchas más facetas de nuestra vida musical de las que creemos, debido esto a lo difuso de sus límites. Acompáñenme entonces por este recorrido lleno de curvas, entuertos y letra cursiva.

Para los legos (y algunos estra-landias), el indie es una cosa nueva, parecida en su funcionamiento al alternativo de los años 90. La verdad es que el término indie (que viene de independent) denomina a un tipo de música que los ingleses de los 80 encontraron inclasificable, dentro de toda la gama de ritmos post-punk que nacieron a comienzos de esa década. De manera que el indie, a grandes rasgos, existe desde que existió The Smiths.


A nosotros en estos años nos llegó primero la moda revival del new wave, pegadito de lo que se conoce estrictamente como post-punk (léase: Joy Division de la mano con Gang of Four). Una serie de djs y pinchadiscos locales entre los que me cuento, empezamos a incluir en nuestros sets una gran cantidad de música new wave o sus derivados contemporáneos. Es más, es exactamente ese el momento en que yo empecé a poner música. Ahora mi set es muy distinto, como se darán cuenta por artículos anteriores, pero no por eso dejé de buscar tanto hacia atrás como adelante todo el new wave, new-new wave y post punk que pudiera conseguirme. Al cabo de un tiempo se trocaron los términos de moda y apareció en todo su esplendor lo que ahora llamamos indie con propiedad erudita y en letras mayúsculas.

Hasta aquí la primera parte de este artículo, que es apenas la introducción. En la siguiente parte nos remitiremos estrictamente a hacer un mapa del territorio ilusorio, amplio y difuso del indie, desde sus parientes británicos hasta los que ha regado por todo el mundo occidental, y de paso voy a ir recomendando bandas. Hasta pronto.

Santiago Rivas