martes, 29 de enero de 2008

Edith Piaf



La primera vez que oí a Edith Piaf fue en mi casa, porque mi madre siempre ha sido hincha furibunda de esta cantante francesa. Siempre he tenido la imagen de la Piaf muy cerca a la de mi mamá, identificándola con ese romanticismo melancólico que de inmediato aparece cuando se pone un disco de ella, y de esta manera empezó mi relación con sus canciones. Una vez vencido el sesgo mental que nos impide disfrutar la música de nuestros mayores, pasada la tardía adolescencia, me puse a oír seriamente ese sonido tan triste y nostálgico que sin haber pisado París me lo mostraba entero, tal como lo había visto en los libros y en la TV, con canciones cuyas letras nada me decían, pues no sabía gota de francés (en este momento sé un poco más y uno encuentra las traducciones de las letras en internet).

Siempre supe (basta con oírla cantar) que Edith Piaf tuvo una vida difícil. En su música, al igual que en el tango, se mezclan una elegancia incomparable con el espíritu de los barrios bajos, la noche, el delirio y la dignidad de quien conoce la calle como a su propia mano. Es música de las entrañas y para las entrañas, poseedora de una tristeza incomparable y una fuerza avasalladora. Música triste, tristísima, que no es obra de una sola persona pero que se condensa en una intérprete como ninguna otra, capaz desde el principio de hacerme temblar.

Es imposible separar la música de la Piaf de su vida, tormentosa e intensa; imposible separarla de su apariencia de ángel famélico y decadente del romanticismo. Imposible separarla de Francia o de la embriaguez triste de las últimas horas de la noche. Sostiene las palabras como si solo tuviera pulmones adentro y hace que una banda de music hall suene como un grupito de cabaret porque lleva el barrio en la voz. Normalmente se la identifica con la bohemia, pero recomiendo a quienes aborrezcan tal denominación que hagan caso omiso de ella, de verdad vale la pena acercarse a la mejor cantante francesa de todos los tiempos.


La idea y el impulso de escribir sobre Edith Piaf me nació anoche. Después de meses de no saber qué escribir y verme en serias dificultades para publicar algo en este blog, me fui a ver La Môme (para nosotros La Vie en Rose), película que cuenta de forma magnífica la vida de esta cantante nacida en el bajo fondo, usando como eje dos temas que me apasionan: la música y la memoria. Como ya lo dije, siempre supe que su vida había sido difícil, pero nunca supe hasta qué punto. Anoche, mientras pasaban una a una las imágenes de su vida me estremecí en mi asiento, rogando para que me dejaran solo y rogando con más fuerza que la música nunca parara. Hay que vérsela en cine para sentir realmente el sacudón de esa voz y esa música en un surround potente. Hice de tripas corazón y resistí el temblor, junto al resto de la gente, que en su mayoría guardó un largísimo silencio una vez se acabó la película, todos sentados mirando los créditos.

Nada pasa porque sí. La música siempre llega en nuestro auxilio cuando menos la esperamos, y esta vez ha sido Edith Piaf quien llegó a poner la banda sonora a días muy extraños. A lo largo de las dos horas largas que dura la película, con todas las canciones que sonaron y todas las que ya había oído, me reencontré con el poder verdadero y abrumador de la música y la memoria, que en la figura de esta cantante y su voz una vez más me erizaron la piel y me hicieron bajar la cabeza. Pero sobre todo, a través de la música pensé en mi mamá y sorprendido entendí muchas cosas sobre ella, esas imágenes que tal vez habiten en su cabeza, la forma como vive lo bueno y lo malo, la forma como entiende el amor. Y me sorprende descubrir a través de la música que estas cosas habitan tanto en mí, que la llevo oyendo desde hace horas y hasta ahora me tomo un receso, para escribir este artículo, que más que una reseña es un pequeño homenaje.

Santiago Rivas

3 comentarios:

insantidad dijo...

muy buena rivas! gústome sobre todo la relación con su señora madre, como cuando se recuerda y reconoce a alguien al abrir un viejo libro o un cajón olvidado de un viejo armario.

Danimora dijo...

a ver...la verdad, me encantó esta entrada, esa relación entre los recuerdos y la capacidad de estremecerte a través del oido.
Leí esto escuchando precisamente a Edith Piaf (fue con intención) y claro, era un retrato sumado a tus sensaciones.AGRADABLE.
Abrazos Santiago y gracias por pasar por mi blog que aunque ha estado un poco abandonado logré publicar algunas cositas.

sophie dijo...

al iguaçl qe os
acabo de ver parte de la pelcula
pero esmaravillosa
e incomparabçle
tiene eçse espiritu
çese angel en la voz
qe la hace asi
me puede
me transmite
es
es grande realçmente
un homenaje mericisimote felicito